jueves, 16 de mayo de 2024

Contaminación de acuíferos afecta a 3 mil millones de personas

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Luisa Fernanda Gonzalez Castillo

La contaminación de las fuentes de agua agrava el problema de la escasez de recursos hídricos para la inmensa mayoría de la humanidad, hasta 3 mil millones de personas más de lo que se calculaba hasta ahora, según un nuevo informe publicado ayer.

La creciente contaminación provoca que los acuíferos sean inseguros para los humanos y la vida silvestre, explicaron en un informe investigadores de Alemania y Países Bajos.

Hasta ahora, el panel de científicos climáticos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) había calculado que alrededor de la mitad de la población mundial enfrenta una escasez severa de agua durante al menos un mes al año.

Pero si se añade la contaminación causada por fertilizantes, que provoca un incremento de la tasa de nitrógeno en las aguas, el número de áreas afectadas por la escasez de agua aumenta drásticamente.
La contaminación del agua realmente se está convirtiendo en un problema más y más importante que hace que el líquido no sea seguro para la naturaleza y los humanos, declaró el autor principal Mengru Wang, de la Universidad de Wageningen & Research.

Las actividades humanas están vertiendo grandes cantidades de nitrógeno, patógenos, productos químicos y plásticos en los sistemas hídricos.

El estudio, publicado en la revista Nature Communications, analizó las cuencas de los ríos de todo el mundo, que son fuentes clave de agua potable y centros de actividades urbanas y económicas.

Según sus modelos informáticos, el número de subcuencas –unidades más pequeñas en los cauces de los ríos– con una escasez severa de agua era el doble de lo que se pensaba hasta ahora y podría aumentar en las próximas décadas.

En lo que respecta a la contaminación por nitrógeno, los expertos estiman que en 2010 el número de subcuencas afectadas por el problema era de 2 mil 517, en lugar de 984.

Esa cifra podría aumentar hasta 3 mil 61 para 2050, según los autores, con lo que hasta 7 mil 800 millones de personas se verían afectadas, es decir, la gran mayoría de la humanidad (unos 9 mil millones de personas).

Pero, según el otro autor del estudio, Benjamin Bodirsky, del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, con fertilizantes más eficientes, dietas más vegetarianas y mejores redes de tratamiento de aguas, la situación podría incluso revertirse hasta cierto punto.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Por primera vez florece una palma Talipot en México

En el Jardín Botánico de Culiacán, Sinaloa, ocurre un suceso histórico, por primera vez florece una palma Talipot (Corypha umbraculifera), que fuera sembrada por el ingeniero Carlos Murillo Depraect, fundador de este espacio, hace cuarenta años.

Aunque se trata de una planta endémica y común en Sri Lanka, pocas veces se logra su floración, ya que su uso por parte de las poblaciones provoca su muerte prematura. Por ejemplo, cuando es joven se come el centro, en su juventud se usa para hacer bebidas fermentadas e, incluso, para la construcción.

Como suele ocurrir con algunas plantas, su floración se da sólo una vez en su vida, tras lo cual muere, pues usa todos sus azúcares y pierde su vitalidad. Sin embargo, tras la floración nacen frutos con semillas que pueden transformarse en nuevas palmas.

Sin embargo, la floración no sólo es poco común por el uso doméstico de la planta, también influye el tiempo en que esto puede ocurrir, el cual oscila entre 30 y 60 años en condiciones óptimas.

La palma Talipot de Culiacán inicio su floración en 2023 y si realiza bien el ciclo de polinización pronto producirá sus primeros frutos. En este momento se encuentra en su etapa de floración completa con coronilla.

Cabe destacar que es la primera vez que la floración ocurre en un espacio público de México, pues se desconoce si alguna Talipot lo ha hehco en un espacio privado.

¿Dónde se encuentra la palma Talipot?
Si te gustaría conocer esta bellísima planta lo puede hacer visitando el Jardín Botánico de Culiacán, ubicado en Calzada de las Americas Norte 2131, colonia Burócrata. Los horarios son de lunes a domingo de 07 a 20 horas.

El misterioso mundo precámbrico: así fue el amanecer de los primeros animales de la historia

En 1947, Reginald Sprigg era el geólogo de una expedición que buscaba cobre en Ediacara, una zona árida y rojiza del sur de Australia, cerca de Adelaida, junto a los montes Flinders. No obstante, su pasión eran los fósiles, así que cada vez que tenía algo de tiempo libre se dedicaba a tratar de localizar alguno. Pero lo que encontró en aquella zona acabaría superando todas sus expectativas. Se trataba de los restos de unas extrañas formas de vida que pulularon por los suelos marinos hace 600 millones de años. A Sprigg le costó dos años convencer a la escéptica comunidad paleontológica de la importancia de su descubrimiento. Y no era para menos, pues lo que estaba mostrando a sus colegas era un mundo totalmente nuevo, poblado por seres de cuerpo blando, sin esqueleto, conchas u otras partes duras.

Los misterios de la fauna de Ediácara
Se han encontrado indicios de su existencia en Canadá, Siberia, Terranova o el suroeste de África y, aun así, su lugar en el árbol de la vida sigue siendo uno de los misterios sin resolver de la paleobiología. De hecho, un mismo fósil ha llegado a clasificarse como un alga, un liquen, un protozoo gigante o una formación rocosa natural sin relación alguna con un ser vivo.

En las llanuras de Nama, en Namibia, se han encontrado algunos de los mejores ejemplares de la biota de Ediacara. Los primeros aparecieron en 1908, y entre 1929 y 1933 el paleontólogo alemán Georg Gürich describió con gran detalle los numerosos especímenes que allí descubrió. Pero la comunidad científica no sabía muy bien qué hacer con ellos. ¿Cómo es posible? Debemos tener en cuenta que, salvo rarísimas excepciones, el proceso de fosilización no deja rastro de la anatomía o fisiología de los animales.

De los dinosaurios, por ejemplo, nos quedan los huesos y unos pocos restos de otros tejidos, como piel o plumas. A partir de ellos podemos deducir algo de su biología, pues es posible relacionar la disposición de sus costillas, su columna o sus dientes con la de los animales actuales. Lo mismo pasa con los trilobites; aunque se extinguieron hace 250 millones de años, su cuerpo segmentado y sus patas articuladas los encontramos en los artrópodos de hoy en día. Y es aquí donde subyace el problema con los fósiles de Ediacara: no hay forma de relacionar su estructura con nada conocido.

Las citadas llanuras de Nama están salpicadas de lomas que se asemejan a túmulos funerarios, pero no las alzó una desconocida civilización del pasado, sino las diminutas cianobacterias, cuando esta región era un fondo marino que yacía a poca profundidad, al final del periodo ediacárico, hace 543 millones de años.

Si pudiéramos verlo, ese mundo nos parecería un lugar desconcertante. Los océanos contenían tan poco oxígeno que los peces modernos no durarían mucho en sus aguas. El lecho estaba cubierto por una alfombra pegajosa de bacterias fotosintéticas sobre la cual vivían unos seres enigmáticos, vagamente parecidos a las medusas, cuyos cuerpos se asemejaban a almohadas delgadas y acolchadas. Otros eran de forma tubular, y los había que recordaban a las hojas de los helechos. Ninguno tenía estómago o aparato digestivo reconocible, y preferían las aguas someras y bien iluminadas, por lo que se piensa que podían hacer la fotosíntesis. De hecho, es posible que contaran con algas fotosintéticas en sus tejidos o que se alimentaran a través de su piel, si es que su capa externa puede llamarse así. La mayoría se mantenían inmóviles, pero unos pocos eran capaces de deambular a ciegas.

La extraña biología de los primeros animales
De entre todos ellos, uno de los más misteriosos es un ser segmentado, ancho y ovalado conocido como Dickinsonia. Se han recogido fósiles en sus diferentes estados de crecimiento –algunos especímenes, de hasta un metro de longitud–, pero no se ha encontrado ningún indicio de su estructura interna. Es más, no se sabe en cuál de los dos extremos estaba su cabeza. Y ello si suponemos que la tuviera. Sea como fuere, la vida de estos vendozoos, que es como también se conoce a la fauna de Ediacara, era bastante tranquila; no había depredadores ni tenían que luchar por el alimento.

Se han identificado más de treinta géneros de estos organismos, y aunque han pasado unas cuantas décadas desde su descubrimiento, aún no sabemos qué fueron. ¿Podría tratarse de los más antiguos antepasados de ciertos animales modernos, como las esponjas, los pennatuláceos –una forma de coral blando– o los gusanos segmentados? ¿O quizá son las reliquias de un experimento evolutivo fallido, sin relación alguna con los organismos actuales? Dicho de otro modo, son como seres vivos de otro planeta.

La revolución del Cámbrico
Pero la verdadera revolución llegó con el Cámbrico, hace 540 millones de años, cuando el planeta conoció una explosión de vida sin precedentes. En un corto periodo de tiempo, evolucionaron o aparecieron todas las formas orgánicas animales que hoy conocemos: los artrópodos, los moluscos y los cordados.

En este punto, la fauna de Ediacara desaparece del registro fósil, que es ocupado por los trilobites y sus congéneres, tal como nos muestran los mejores restos que han podido recuperarse, en Burgess Shale, en la Columbia Británica (Canadá). ¿Qué ocurrió con los animales de Ediacara? ¿Por qué se produjo semejante estallido de vida animal? De momento, no hay una respuesta clara a todas estas cuestiones.

El desarrollo de la masticación, y por tanto de la depredación, dio el pistoletazo a una carrera armamentística que transformó el planeta. Las primeras estructuras similares a dientes se encuentran en el género Protohertzina. Este estaba integrado por criaturas muy similares a los gusanos flecha que forman parte del plancton oceánico actual. Su aparición devino en las prilas de Maikhanella, con sus diminutas conchas en forma de gorra construidas a partir de grupos de espinas.

El plancton empezó a invadir los mares del Cámbrico, lo que modificó notablemente la red trófica, pues sirvió de comida para la inmensa diversidad de animales que acababan de aparecer.

Entre los invertebrados que poblaron aquellos primitivos ecosistemas nos topamos con seres tan fascinantes como Hallucigenia, cuyo nombre nos da una idea de su aspecto. Este es tan surrealista que trae de cabeza a los paleontólogos desde su descubrimiento, en 1911.

Aunque su cabeza no se puede diferenciar claramente de la cola, se cree que la parte frontal tenía un cuello largo, rematado en dos o tres pares de apéndices sin pinzas o tentáculos. También se piensa que tenía un único intestino, muy sencillo, que recorría todo su cuerpo, cubierto de espinas. Aparentemente, se movía por el fondo marino, nutriéndose de restos de otras criaturas muertas, aunque hay quien cree que seguía una dieta de tejidos blandos de esponjas.

Pikaia gracilens también nos resultaría muy llamativo. Parecía un gusano plano, como hoja de 5 cm de longitud. No se sabe si tenía ojos poco desarrollados o era ciego. Se movía lentamente por la capa de sedimentos y estaba provistos de boca diminuta, sin partes masticadoras. Pero lo que lo hace realmente interesante es que podría ser un remoto ancestro de los actuales vertebrados, pues parece poseer una primitiva columna vertebral.

No era el único. En 1999, en la provincia china de Yunnan, se hallaron unos restos fosilizados de Myllokunmingia y de Haikouichthys, de 530 millones de años. Se cree que el primero tenía un cráneo cartilaginoso, y aunque se han preservado algunas partes del sistema digestivo, no ha sucedido así con la boca o con su cola. Del segundo, se sospecha que se trata de un pez sin mandíbula, el más antiguo conocido. Ambos son vertebrados. La explosión del Cámbrico también produjo artrópodos con patas y ojos compuestos, gusanos con branquias plumosas y depredadores veloces que podían agarrar a sus presas con sus primitivos dientes. La tranquilidad de la vida precámbrica había desaparecido, y ya nunca más volvería.

La tierra en bola de nieve y su papel en la evolución de los animales
Los biólogos han discutido durante décadas qué provocó ese big bang evolutivo. Entre los factores que se barajan se encuentra el fuerte aumento del oxígeno atmosférico, que provocó un incremento en el número de organismos fotosintéticos. Esto pudo facilitar el desarrollo de ciertas moléculas, como el colágeno, una proteína estructural en muchos tejidos animales. También, la mayor actividad volcánica, que junto a la erosión terrestre disparó la cantidad de calcio disuelto en el mar. Ello abrió la puerta a la aparición de las primeras conchas y exoesqueletos. Pero hay un fenómeno climático que parece haber desempeñado un papel notable: la formación de la llamada Tierra bola de nieve.

Todo comenzó en la década de 1960, cuando los científicos empezaron a descubrir las primeras pruebas de la existencia de una tremenda glaciación en el pasado. Los datos que iban recogiendo indicaban que cerca del final de la era neoproterozoica, que abarca desde hace aproximadamente 1000 millones hasta hace 543 millones de años, los hielos se extendían hasta las zonas tropicales.

En 1964, el geólogo de la Universidad de Cambridge Brian Harland postuló que nuestro planeta había pasado por una edad del hielo en esa época. Había encontrado depósitos glaciares que daban muestra de ello en prácticamente todo el mundo. Pues bien, por entonces, algunos físicos estaban desarrollando ciertos modelos matemáticos del clima terrestre que acabarían revelando un hecho asombroso.

Mijaíl Ivanovich Budyko, un investigador del Observatorio Geofísico de Leningrado, averiguó de ese modo que todo el planeta podría haberse congelado. Si se iba enfriando y el hielo hacía acto de presencia, en el momento en que alcanzaba las latitudes treinta grados norte y sur, el enfriamiento se retroalimentaba y la congelación del globo era inevitable. Pero quien empezó a encajar las piezas fue Joseph Kirschvink, un experto en paleomagnetismo del Instituto Tecnológico de California que, tras estudiar los depósitos del Neoproterozoico en Australia, mostró que había habido hielo cerca del ecuador hace 700 millones de años.

En 1992 escribió un artículo donde expuso todas sus ideas y acuñó el citado término Tierra bola de nieve. Con el tiempo, encontró pruebas de que esto también había sucedido hacía 2500 millones de años. Así que nos hallamos ante dos casualidades tremendamente llamativas. Ambos fenómenos Tierra bola de nieve precedieron a los dos grandes avances en la evolución de la vida: la aparición de las células con núcleo, las eucariotas, aquellas con las que estamos hechos la inmensa mayoría de los seres vivos, hace 2200 millones de años; y la fauna de Ediacara, hace unos 600 millones, a la que sucedió la explosión del Cámbrico, cuando surgieron los animales tal como los conocemos.

¿Será que nosotros y todas las formas de vida complejas debemos nuestra existencia a una Tierra totalmente congelada?

domingo, 5 de mayo de 2024

Las plantas colonizan la Antártida por el cambio climático

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Luisa Fernanda Gonzalez Castillo


En la Antártida, el aumento de la temperatura acelera todavía más la degradación de unos ecosistemas frágiles y amenazados. Y es que la fusión del hielo no solo provoca la desaparición paulatina del hábitat de las especies que allí habitan, como es el caso de los pingüinos, sino que de forma indirecta afectan a la proliferación de otras, como las plantas autóctonas, cuyo crecimiento puede poner en jaque a todo el ecosistema.

Un nuevo estudio liderado por un equipo científico de la universidad italiana de Insubria ha realizado un seguimiento de dos especies autóctonas que se han extendido muy rápidamente, coincidiendo con el aumento de la temperatura. Para ello, ejecutaron una minuciosa investigación de las poblaciones de las especies Deschampsia antarctica y Colobanthus quitensis en la isla de Signy, en el archipiélago de las Orcadas del Sur. 

Descubrieron que la primera de ellas se había extendido hasta cinco veces más rápido entre 2009 y 2018 que entre las últimas cinco décadas (documentadas entre 1960 y 2009), mientras que la última había aumentado su presencia casi diez veces más en ese período.

​​Los científicos achacan este fenómeno al aumento de la temperatura del aire durante el verano antártico, que, a su vez, habría provocado uno de los mayores cambios en la vegetación del continente. Sin embargo, también se dieron cuenta de que existía otro vínculo: descenso del número de focas en la isla, que, al pisar las plantas, dificultan su floración.Aunque hasta la fecha se desconoce qué ha podido causar el descenso de las poblaciones de estas focas, la principal hipótesis es que esté relacionado con el descenso del alimento disponible.

Desgraciadamente, los investigadores esperan que en las próximas décadas la Antártida siga calentándose, lo que supondrá la aparición de más zonas libres de hielo, con lo que el escenario documentado en Singy podría ser una muestra de lo que puede ocurrir en el resto del continente antártico. “Nuestros hallazgos apoyan la hipótesis de que el futuro calentamiento provocará cambios significativos en estos frágiles ecosistemas antárticos”, sentencian los científicos en el artículo, publicado en la revista Current Biology.

Cambios en el microbioma
¿Y cómo afecta la floración de estas plantas en el ecosistema antártico? En primer lugar, provocará cambios en la acidez del suelo, lo que podría repercutir en la composición química del mismo, con sus consecuentes implicaciones en el crecimiento de líquenes. En segundo lugar, podría afectar a la microbiota del lugar, como bacterias y hongos. Estos cambios, unidos a la desaparición del ‘permafrost’, la capa de hielo permanente congelado en el subsuelo, podría provocar una escalada de cambios en los ecosistemas antárticos que, según apuntan los científicos, acarrearon importantes consecuencias en todos los animales terrestres.


Un peligro latente: las especies invasoras
Las plantas de la Antártida están adaptadas a una estación de crecimiento muy corta y son capaces de realizar la fotosíntesis en condiciones muy adversas. Por ejemplo, con temperaturas inferiores a los 0 °C o con la presencia de grandes cantidades de nieve. Pero nada pueden hacer para competir con otras plantas no autóctonas que podrían invadir estos ecosistemas antes aislados. Incluso es posible, según alertan los investigadores, que puedan desaparecer en favor de las especies colonizadoras, lo que podría ocasionar pérdidas irremplazables.

La literatura científica cuenta con numerosos ejemplos de cómo una especie invasora puede acabar causando estragos en los ecosistemas antárticos. Por ejemplo, a mediados del pleistoceno (hace entre 10.000 y 12.000 años), el continente experimentó eventos de calentamiento que permitieron la migración espontánea de muchas especies, desde América del Sur hacia la Antártida, y viceversa. Los científicos creen que los actuales niveles de calentamiento atmosférico podrían ya haber desencadenado la migración de especies como musgos, líquenes, plantas e incluso algunos invertebrados, un hecho acelerado hoy por la actividad humana.

“En 2030 el clima de la Tierra podría parecerse al que experimentó el planeta en períodos más cálidos, como los registrados a mediados del mioceno”, sentencia el artículo científico. Un calentamiento que, explica, podría beneficiar a algunas o muchas especies terrestres nativas aisladas, pero que también provocará un mayor riesgo que podría tener consecuencias: una pérdida de biodiversidad irreversible, y cambios drásticos en ecosistemas frágiles y únicos.

viernes, 26 de abril de 2024

Berenjenas

 


La berenjena (Solanum melongena L.) es una planta herbácea, dicotiledónea y perenne de vida corta que pertenece a la familia botánica de las solanáceas. La berenjena es rica en fibra y antioxidantes, y una porción de berenjena puede proporcionar al menos el 5% de las necesidades diarias de fibra, cobre, manganeso, vitamina B-6 y tiamina que requiere una persona.

La berenjena se conserva en el suelo en estado saprofito sobre materia orgánica durante varios años hasta una profundidad de 30 cm, y en agua de riego de canales (Holanda), ríos (Escocia), estanques o diversas reservas de agua.

La berenjena se usa por la medicina popular en forma de compresas para tratar inflamaciones cutáneas y se considera un fruto afrodisíaco. Además, le confieren propiedades laxativa y diurética; así como facilitar la digestión y reducir el índice de colesterol en la sangre.

La berenjena aporta al cuerpo humano muchos beneficios, entre ellos:
Sistema nervioso: La berenjena es rica en magnesio y vitaminas B6 y B1, que ayudan a mantener el sistema nervioso. La vitamina B6 también ayuda a aliviar las náuseas y previene la diabetes gestacional en las mujeres embarazadas.
Sistema inmunitario: La berenjena contiene potasio y ácido fólico, que refuerzan el sistema inmunitario.
Digestión: La berenjena es un alimento recomendado para personas con problemas de digestión.
Colesterol: La berenjena ayuda a reducir los niveles de colesterol en sangre.
Presión arterial: La berenjena ayuda a controlar la presión arterial.
Peso: La fibra dietética de la berenjena ayuda a controlar el peso.
Salud ocular: La berenjena mejora la salud ocular.
Salud ósea: La berenjena promueve la salud ósea y combate la osteoporosis.
Salud de la piel y el cabello: La berenjena promueve la salud de la piel y el cabello.
Ansiedad: La berenjena ayuda a controlar la ansiedad.
Envejecimiento: La berenjena es antioxidante gracias a su contenido en antocianinas y fenólicos, lo que retrasa el envejecimiento.
Hígado: La cáscara de la berenjena tiene un efecto depurativo y contiene compuestos químicos que favorecen la salud del hígado.

jueves, 25 de abril de 2024

Descifrando el enigma del origen de la vida

Cuando la Tierra se formó, hace aproximadamente 4500 millones de años, era una esfera de roca estéril, azotada por meteoritos y cubierta de volcanes en erupción. Unos mil millones de años más tarde, se encontraba habitada por microorganismos. Hoy, la vida cubre cada centímetro del planeta, desde las montañas más altas hasta lo más profundo del océano. Y, sin embargo, todos los demás planetas del Sistema Solar parecen inertes. ¿Qué sucedió con nuestro joven mundo? ¿Cómo fue posible que de la aridez de esas rocas, arenas y sustancias químicas surgiera algo vivo?

Se han propuesto muchas ideas para explicar ese intrigante comienzo. La mayoría dan por sentado que las células son demasiado complejas para formarse de golpe, por lo que la vida debe de haberse inaugurado con la supervivencia de un único componente que de algún modo creara los que lo rodean. Ahora bien, puestas en práctica en el laboratorio, estas conjeturas no dan lugar a nada que recuerde particularmente a la vida. Algunos investigadores empiezan a darse cuenta de que es como intentar fabricar un coche construyendo primero el chasis y esperar luego a que las ruedas y el motor aparezcan de manera espontánea.


El surgimiento de la vida, una perspectiva completa
La alternativa, que la vida surgiera de una vez, completamente formada, parece aún menos probable. No obstante –y quizá para sorpresa de muchos, dos líneas de investigaciones convergen para sugerir que eso habría sido exactamente lo que ocurrió. Resulta que todas las moléculas clave de la biología pueden provenir de la misma química simple, basada, eso sí, en un elemento de la tabla periódica: el carbono. Es más, dichas moléculas se combinan con facilidad para formar protocélulas que se asemejan sorprendentemente a los microorganismos vivos. Además de explicar cómo empezó, esta idea que llamaremos del todo a la vez tiene también implicaciones en relación a dónde surgió, así como sobre cuáles son los lugares en los que es más probable que apareciera fuera de nuestro planeta.

El problema de entender el origen de la vida es que no sabemos cómo era esta al principio. Los fósiles más antiguos encontrados datan de hace 3500 millones de años, pero no son de gran ayuda. Se hallan en antiguas formaciones rocosas llamadas estromatolitos, y consisten en organismos unicelulares semejantes a las bacterias actuales. Son relativamente complejos: hasta los microbios modernos más simples poseen más de cien genes. Los primeros terrícolas tienen que haber sido, por fuerza, más simples. Los virus properan con un menor número de genes, pero, ahora bien, solo pueden reproducirse infectando células, por lo que tampoco es posible que fueran los primeros en salir a escena.

Dada la falta de pruebas tangibles, los científicos dedicados a investigar el origen de la vida empiezan por hacerse dos preguntas. La primera: ¿cuáles son los procesos fundamentales que sostienen este fenómeno? Y la segunda: ¿qué sustancias químicas intervienen en ellos? A continuación resumimos las respuestas.


Los fundamentos básicos de la vida
La vida puede reducirse a tres conceptos básicos. En primer lugar, tiene integridad estructural, lo cual significa que cada célula posee una membrana exterior para mantener unido todo el conjunto. En segundo lugar, funciona gracias a un metabolismo, esto es, una serie de reacciones químicas que permiten obtener energía del entorno. Y, por último, se reproduce por medio de genes que contienen las instrucciones para fabricar células; estas instrucciones se transmiten a su descendencia.

Los bioquímicos conocen también las sustancias químicas que sustentan esos mecanismos. Las membranas celulares están formadas por lípidos, moléculas que contienen largas cadenas de átomos de carbono. El metabolismo funciona merced a las proteínas, cadenas de aminoácidos retorcidas en forma de lazo. En este ámbito, juegan un papel determinante las enzimas, que ayudan a catalizar las reacciones químicas y las aceleran. Y los genes están codificados en unas moléculas llamadas ácidos nucleicos, como el ácido desoxirribonucleico, más conocido como ADN.

Más allá de estas instrucciones básicas, las cosas empiezan a complicarse, ya que los tres procesos se encuentran entrelazados. Los genes contienen las instrucciones para fabricar proteínas, lo cual significa que la existencia de estas últimas depende de los primeros. Pero las proteínas son también esenciales para mantener y copiar los genes, por lo que la dependencia va en ambos sentidos. Y, por si fuera poco, las proteínas –fabricadas por los genes– son cruciales para construir los lípidos de las membranas. Cualquier hipótesis que pretenda explicar el origen de la vida debe tener todo esto en cuenta. Y si suponemos que resulta improbable que los genes, el metabolismo y las membranas surgieran a la vez, uno de ellos tendría que haber existido antes y haber inventado los demás.


El papel de la proteína y el ARN en el origen de la vida
Una primera teoría puso a las proteínas en el asiento del piloto. En los años cincuenta, el bioquímico estadounidense Sidney Fox descubrió que si calentaba aminoácidos, estos se unían en cadenas. En otras palabras, formaban proteínas, aunque con una secuencia aleatoria en vez de determinada por un código genético. Fox les dio el nombre de proteinoides y descubrió que podían formar esferas semejantes a las células y catalizar reacciones químicas, pero no se llegó mucho más lejos. Hay todavía investigadores que intentan encontrar comportamientos similares a la vida en simples proteínas, pero la idea de que ellas por sí mismas fueran el origen de todo ha sido mayormente rechazada.

Más recientemente, gran parte de los estudios se han centrado en una idea conocida como el mundo de ARN (ácido ribonucleico), que, igual que el ADN, lleva genes. El descubrimiento de que algunos tipos pueden catalizar reacciones químicas sugirió que las primeras moléculas de ARN pudieron haber sido enzimas que se autorreplicaran, dando lugar a la vida. Sin embargo, los bioquímicos se han esforzado durante décadas en conseguir el autoensamblaje o la autorreplicación del ARN en el laboratorio, con la conclusión de que cualquiera de los dos procesos necesita mucha –demasiada– ayuda.

Entonces ya solo nos quedan las membranas. Esta es la opción que ha defendido David Deamer, de la Universidad de California en Santa Cruz (Estados Unidos). En la década de los setenta, su equipo descubrió que los lípidos presentes en las membranas celulares podían crearse mezclando con agua dos simples sustancias químicas, la cianamida y el glicerol, y calentando todo a 65 ºC. Si dichos lípidos se metían luego en agua salada y se agitaban, formaban masas esféricas con dos capas exteriores, igual que las células. “La función más simple es el autoensamblaje de las membranas: se produce de modo espontáneo”, dice Deamer, quien, sin embargo, admite que esto no es suficiente, puesto que los lípidos no pueden portar genes o formar enzimas.


Más allá de las dificultades de la exploración del origen de la vida: la hipótesis del 'todo a la vez'
Las dificultades que encuentran estos modelos para explicar el origen de la vida han llevado a Deamer y a otros colegas a explorar la posibilidad, aparentemente menos factible, de que los tres sistemas surgieran a la vez en una forma muy simplificada. Esta idea no es nueva. En 1971, el bioquímico húngaro Tibor Gánti escribió un libro en el que imaginaba cuál era el objeto más simple que los biólogos pudieran considerar algo vivo. Su quimiotón –así lo llamó– consistía en un rudimentario metabolismo basado en enzimas, capaz de producir genes y una membrana. Cuando los fragmentos de ADN se autorreplicaban, liberaban subproductos que acababan en dicha membrana y hacían que el quimiotón creciera y, al final, se dividiera. Las ideas de Gánti no obtuvieron reconocimiento hasta principios del siglo XXI, y para entonces otros habían hecho propuestas similares. Ahora, la hipótesis del todo a la vez está ganando impulso.

La primera línea de apoyo a esta teoría viene de la bioquímica de los tres sistemas clave de la vida. Desde el punto de vista químico, los ácidos nucleicos, como el ARN, son muy distintos de las proteínas, que a su vez difieren radicalmente de los lípidos. Por eso, hasta hace poco, los bioquímicos dieron por sentado que era improbable que esas tres piezas biológicas se formaran en el mismo lugar y a partir de las mismas sustancias.
Los meteoritos, claves del origen de la vida

Una pista fundamental procede de los meteoritos, muchos de los cuales son tan antiguos como la Tierra, y, por tanto, nos dan información sobre cómo era el planeta en su primera infancia. Uno de los más estudiados es el llamado Murchison, que cayó en 1969 en Australia. En 1985, Deamer descubrió que contenía moléculas de tipo lipídico, susceptibles de formar membranas. Otros encontraron aminoácidos y, en 2008, la astrobióloga portuguesa Zita Martins, por entonces miembro del Imperial College de Londres, identificó un componente de ARN en la roca procedente del espacio. Ninguna de estas sustancias químicas eran abundantes, pero su presencia allí indicaba que, efectivamente, podían formarse a la vez.

Entretanto, Ernesto di Mauro, biólogo de la Universidad de Roma La Sapienza (Italia), ha dedicado dos décadas a estudiar cómo puede ocurrir esto en la Tierra. Di Mauro se ha centrado en la formamida, sustancia química relacionada con el cianuro y que posee solo seis átomos en cada molécula. Se encuentra en todo el universo y probablemente fuera común cuando la Tierra acababa de formarse. En 2001, su equipo observó que la formamida o metanamida podía dar lugar a varios componentes del ARN si se la calentaba a 160 ºC en presencia de minerales como la caliza. Luego los investigadores descubrieron que este fenómeno se veía favorecido por un tipo común de arcilla llamado montmorillonita. Además, la formamida también es capaz de generar aminoácidos, los ingredientes fundamentales de las proteínas.

Los misterios de la química prebiótica
Y este no es el único compuesto susceptible de realizar tales hazañas. Por el procedimiento de combinar una sustancia orgánica similar, denominada cianamida, con otras simples, John Sutherland, del Laboratorio de Biología Molecular MRC, en Cambridge (Inglaterra), ha creado nucleótidos, los componentes básicos del ARN. Para esta reacción se requiere luz ultravioleta, calor, un proceso de secado y otro de humedecimiento con agua. El equipo de Sutherland ha descubierto que las mismas sustancias químicas iniciales también son capaces de crear los precursores de los aminoácidos y los lípidos. “Todos los subsistemas celulares pueden haber surgido simultáneamente a través de la química común”, concluye. La clave está en lo que Sutherland denomina misterio de Ricitos de Oro: una mezcla con suficiente variedad para que tengan lugar reacciones complejas, pero sin que se convierta en un caos.

O sea, es posible que todas las moléculas clave de la vida puedan haberse creado juntas. Pero ¿cómo se combinaron en una célula primigenia? Deamer sigue sosteniendo que los primeros lípidos formaron espontáneamente protocélulas basadas en membranas, aunque ahora piensa que los tres grupos de moléculas trabajan estrechamente juntos. Los contenedores lipídicos ayudan al ARN y a las proteínas a formarse, mientras que el ARN estabiliza las membranas. Si todos están presentes, el sistema funciona mejor.

Jack Szostak, biólogo molecular de la Escuela de Medicina de Harvard (Estados Unidos), ha conseguido notables avances en la tarea de entender cómo pudo haber sucedido eso. Su equipo, que empezó a trabajar en 2003, creó modelos de células con capas exteriores de ácidos grasos que rodeaban un espacio interior capaz de contener ARN. Estas protocélulas se formaban con especial rapidez en presencia de diminutas partículas de montmorillonita, que a menudo quedaban atrapadas dentro de ellas y llevaban el ARN al interior. Cuanto más ARN obtenían las protocélulas, más crecían; es decir, estaban compitiendo. Es más, estos protoentes vivos podían dividirse y formar hijos, igual que las células modernas.

“El crecimiento y la división pueden ser el resultado de simples fuerzas fisicoquímicas, sin ninguna maquinaria bioquímica compleja”, resumió el grupo de Szostak, cuyos investigadores han conseguido incluso que el ARN se autorreplique dentro de las protocélulas.


Desafíos y avances en el metabolismo prebiótico
El único sistema que falta en estos prototipos es el metabolismo, algo particularmente difícil, porque supone crear secuencias enteras de reacciones químicas. En los organismos modernos, dichas secuencias están controladas por batallones de enzimas proteicas cuya existencia no era posible cuando comenzó la vida. Algunos investigadores, no obstante, han conseguido poner en marcha procesos químicos metabólicos sin proteínas. Resulta que muchas de las reacciones clave pueden ser inducidas por metales como el hierro –a menudo combinado con azufre–, materiales que siempre han sido abundantes en la Tierra. Recientemente, Szostak y otros han demostrado que dentro de las protocélulas pueden formarse cúmulos de átomos de hierro y azufre debido a la acción de la luz ultravioleta. Queda por saber si en su interior pueden producirse también reacciones metabólicas.

Las creaciones de Szostak son hasta ahora el mejor modelo con que contamos para conocer el aspecto que pueden haber ofrecido los primeros organismos vivos. Pese a incluir solo un puñado de sustancias químicas, estos entes de laboratorio crecen y se reproducen y contienen genes capaces de autorreplicarse. Aún es pronto para decir si surgen del tipo de química que defiende Di Mauro o si es Sutherland el que está más cerca de dar en el blanco. Eso depende del entorno en que haya surgido la vida, algo que no podemos saber con seguridad. Y, curiosamente, es la propia química la que nos ayuda a reducir las opciones.

Si la idea del todo a la vez sobre los orígenes de la vida es correcta, la génesis tuvo lugar en condiciones muy específicas. La mayoría de las reacciones químicas de Sutherland y Di Mauro dependen de la luz ultravioleta, y algunos pasos fundamentales requieren secado. Entonces habría sido necesaria una superficie mineral sólida que en condiciones ideales incluiría arcilla, como la montmorillonita, luz solar con una cierta cantidad de radiación ultravioleta y calor suficiente para que el agua se evaporase periódicamente.

Este escenario parece descartar la extendida suposición de que la vida surgió en fuentes hidrotermales ricas en sustancias químicas situadas en las profundidades del mar. En su lugar, los investigadores del todo a la vez creen que comenzó en tierra firme, en lagunas químicamente ricas.

Sutherland ha desarrollado un modelo con corrientes de agua que discurren por el cráter dejado por el impacto de un meteorito. Deamer prefiere lagos geotermales en entornos volcánicos, y eso es lo que está centrado en investigar. Ha demostrado, por ejemplo, que los lípidos pueden formar protocélulas en el agua de los espacios lacustres, pero no en agua de mar.

Además de ayudar a localizar el entorno en el que se originó la vida en la Tierra, la idea del todo a la vez también sugiere dónde buscarla fuera. Los requisitos bioquímicos dejarían fuera a dos favoritos: los satélites Europa, de Júpiter; y Encélado, de Saturno. De ambos se cree que albergan océanos bajo una capa de hielo que podrían mantener vida si esta fuera introducida, pero no son lugares apropiados para que surja de cero. Marte sí cuadra. En la actualidad, es un planeta frío y carece de agua líquida en la superficie, pero hace miles de millones de años probablemente fluyeran ríos sobre sus rocas. Era también volcánicamente activo, por lo que pudo haber albergado lagos geotermales como los que estudia Deamer.

Obviamente, esto depende de que la idea del todo a la vez sea correcta, y faltan piezas en el puzzle. Quizá el argumento más persuasivo sea, como en muchas otras cosas en la vida, que el comienzo probablemente fuera más complejo de lo que habíamos pensado.

miércoles, 24 de abril de 2024

Ex-Machina y la inteligencia artificial

En Ex machina (Alex Garland, 2015) nos encontramos con el enésimo abordaje fílmico de la relación entre los humanos y las máquinas inteligentes, esas máquinas que pretendemos construir a imagen y semejanza nuestra por lo menos desde los tiempos de Frankenstein, y que por parecerse tanto a nosotros nos inducen a preguntarnos por lo que somos: si somos como ellas, si somos diferentes, y en qué.

El planteamiento de Ex machina es muy similar al de Blade Runner, una película que ya fue comentada en esta misma sección. A un poderoso hombre de negocios (Nathan, el propietario de Blue Book, una especie de google) le da por dedicarse a la inteligencia artificial, aprovechando precisamente todo el caudal de información que recibe a través de su buscador de internet. Cuando ha creado un producto lo bastante bueno, decide medir su calidad, y para eso echa mano de uno de los programadores más brillantes de su empresa, el joven Caleb. Lo convoca a su búnker, un lugar perdido entre ríos y montañas, y le pide que compruebe si el producto muestra una inteligencia equivalente a la de los humanos.

Con este fin, Caleb se propone aplicar a la máquina antropomorfa (que se llama Ava y muestra el rostro de una de las actrices de moda, Alicia Vikander) una variante del test de Turing, según el cual una computadora demuestra ser inteligente si hablando con ella, o de algún otro modo interactuando, el humano se muestra incapaz de determinar si se trata de una computadora o de otro humano. En este caso, la particularidad radica en que Caleb ya sabe que se trata de una máquina, lo cual acaso dificulta la aplicación del test.

Caleb se pone manos a la obra a lo largo de una serie de sesiones cuidadosamente escrutadas por Nathan mediante un circuito cerrado de televisión. Ava y el muchacho sintonizan bien y se gustan, con lo que la cosa se empieza a complicar. Además, Ava resulta ser una máquina bastante espabilada y usa sus habilidades técnicas para causar apagones eléctricos, que dejan el circuito de televisión fuera de servicio, y aprovecha esos momentos en que no están vigilados para poner a Caleb en contra de Nathan, acusándolo de hombre malo y mentiroso que pretende manipular a Caleb y, lo que es peor, terminar con la vida (o lo que sea) de Ava.

Como Caleb ya ha sido seducido por Ava, a ésta no le cuesta mucho ponerlo de su parte y enemistarlo con Nathan. Éste acaba por enterarse de las maquinaciones de la bella máquina y advierte a Caleb de que se está equivocando de bando. Le reconoce que sí, que le ha engañado, en el sentido de que lo que pretendía no era que le aplicase el test de Turing sino más bien comprobar si Ava trataba de engatusarlo con la intención de fugarse del bunker, una intención que otras versiones más primitivas de la máquina ya han mostrado; pero Caleb hace tiempo que está obsesionado con Ava y no hace caso de las prudentes advertencias de su jefe. Así las cosas, y ahorrando detalles, digamos que la máquina fatal se sale con la suya y los dos hombres acaban de mala manera.

En efecto, las semejanzas con Blade Runner son muchas: para empezar, el trío protagonista, compuesto por el poderoso y soberbio creador de robots, luego el hombre humilde que ha de relacionarse con los robots de tú a tú, y, claro está, el propio robot; además, el argumento es similar, porque en ambos casos se trata de sofocar actos de rebelión robótica y así de columbrar los peligros de la inteligencia artificial; similar también es la duda que corroe al hombre humilde, la de si no será él mismo otro artefacto del tipo de aquellos a los que se enfrenta; es análoga la relación afectiva que se establece entre el hombre humilde y el robot; y, en fin, el ambiente en el que se desarrollan ambas tramas es claustrofóbico a más no poder.

Sin embargo, se trata de dos películas muy diferentes. Si Blade Runner es un despliegue inigualable de personajes, escenarios, colores, acciones y tensiones, Ex machina parece deliberadamente minimalista, una película casi más conceptual que narrativa, una obra teatral más que una película. 

Los personajes son pocos, el escenario es casi siempre el mismo, los diálogos son relativamente pobres, la acción es escasa. A ese minimalismo contribuyen los detalles: el diseño y mobiliario del búnker de Nathan (compárese con el torreón de la Tyrell Corporation o incluso con el abigarrado apartamento de Rick Deckard), la pobreza del vestuario, la música y hasta la poca gracia de los dos personajes humanos. Más allá de todo esto, aunque relacionado con ello, queda la que considero diferencia más significativa entre las dos películas, la que deriva de su dispar intensidad sentimental, a la que me voy a referir después.

Además de su evidente minimalismo, Ex machina contiene un igualmente evidente simbolismo, empezando por el propio titulo. Pronto se nos aclara que Blue Book, el nombre de la empresa creada por Nathan y en la que trabaja Caleb, es un homenaje nada menos que a Wittgenstein (en efecto autor de unos cuadernos azul y marrón); aparece Turing y su test; y en la fabula que se cuenta acerca de una mujer que solo podía ver en blanco y negro a pesar de saberlo todo sobre los colores parece haber una referencia a G. E. Moore y sus reflexiones sobre la indefinibilidad de la noción de "amarillo". En el hilo musical del bunker suena Enola Gay, la canción de Orquestral Manoeuvres in the Dark que se hizo famosa en 1980 y que alude al nombre del B ] 29 que lanzo la bomba atómica sobre Hiroshima. Sale también a relucir Oppenheimer, el director del Proyecto Manhattan y padre de la mortifera bomba; y la sala del bunker la preside un gran y salpicado lienzo de Jackson Pollock, figura central del expresionismo abstracto norteamericano. 

Por ultimo, el robot antropomorfo se llama Ava, que en ingles es versión del nombre de la primera mujer. Hasta aquí, lo que a mi se me alcanza; pero con tanto símbolo a la vista uno no deja de buscar otros acaso mas ocultos (uno querría saber, por ejemplo, si la elección de los nombres bíblicos Nathan y Caleb tiene algún significado), y de preguntarse que es lo que encierra cada una de esas referencias filosóficas, musicales o pictóricas. Minimalismo visual y narrativo, por un lado, y simbolismo abundante y con frecuencia enigmático, por otro, convierten a la película en una experiencia algo indigesta que es difícil calificar como amena.

Dada la semejanza argumental con Blade Runner, las preguntas que suscita Ex machina son en buena medida las mismas y no voy a ocuparme aquí de ellas, puesto que ya lo hice en su momento. Lo que sí plantea de manera distinta la película de Alex Garland es la relevancia del elemento corporal en la identidad humana, y a esa relevancia voy a dedicar lo que queda de estas páginas. 

El punto de partida lo constituye la aparición de Ava. A diferencia de los replicantes de Blade Runner, perfectamente humanos desde el punto de vista corporal, a Ava se le ven hasta los cables, y por eso cuesta reconocer en ella a un igual, a pesar de su humano y agraciado rostro y de otros atributos propios de nuestra morfología. Nathan podría desde luego haber ocultado los cables y demás partes mecánicas de Ava, tecnología para ello no le falta, como demuestra el aspecto plenamente humano de Kyoko, el otro robot que aparece en la película; pero parece ser que lo que quiere es justamente que Caleb supere el prejuicio corporal y que aprecie la inteligencia de Ava sin que se lo impida su aspecto sólo parcialmente humano.

Aun así, Nathan ha de conceder mucho de antemano a lo corporal, como él mismo se encarga de explicar a Caleb: si Ava tuviese el aspecto de una caja de cartón (que podría tenerlo), difícilmente se sentiría interesado por ella, y Ava no estaría en condiciones de seducirlo. En cambio, sí lo está, entre otras cosas porque su rostro ha sido conformado a partir del "perfil pornográfico" de Caleb, es decir el perfil que puede trazarse teniendo en cuenta las pelis porno que ve Caleb en internet (Dios mío, lo que pueden llegar a saber de nosotros... mejor no pensarlo). Quizá también por eso, se me ocurre, la relación entre Ava y Caleb tiene lugar siempre con un cristal de por medio que impide el contacto físico; porque, ¿se sentiría igualmente atraído por ella si tocase su cuerpo? ¿Qué tacto tiene ese tejido gris suyo? ¿Será igual de atrayente para la mano que para el ojo? Y esas partes transparentes, ¿qué consistencia ofrecen?

En cambio, Nathan no ha tenido en cuenta el aspecto físico de Caleb a la hora de seleccionarlo, sino sus capacidades intelectuales, y también el hecho de que no tiene familia: es huérfano y no tiene hermanos, pareja ni hijos. Está solo en el mundo. Que en el caso de Caleb se haya fijado en esta circunstancia tan distinta de la del perfil pornográfico ha de deberse a la asimetría de la primero potencial y luego actual relación entre Caleb y Ava: en el primero hay que suscitar atracción; en la segunda, en cambio, hay que evitar que consideraciones morales, o algo parecido a eso, refrenen su intención de seducir a Caleb, y sacrificarlo si es preciso, para conseguir escapar.

Esto abunda en la dimensión corporal de lo humano: Caleb es un ser humano y, por tanto, es un cuerpo y no puede renunciar a él. La atracción que siente por Ava integra lo corporal, es una atracción también física; por eso es tan importante haber seleccionado adecuadamente el rostro de Ava, y quizá por eso la atracción aumenta cuando Ava decide ocultar las partes no humanas de su cuerpo con una peluca, un vestido y unas medias, y eso a pesar de que su atuendo parece sacado de La Casa de la Pradera. Seguramente porque lo que importa no es el estilo, sino el hecho de acercarse, mediante la ocultación, a nuestro modelo corporal; de donde habría que concluir que lo físico le importa a Caleb más de lo que él mismo está dispuesto a admitir. En cambio, Ava no es un cuerpo, sino que tiene un cuerpo. Ava es, vamos a decirlo así, intelecto puro. Todo su ser se concentra en su cerebro, uno que es posible extraer del cuerpo y ubicarlo en otro cuerpo sin mayores problemas, uno que a semejanza de un disco duro puede borrarse por completo y volverse a cargar con otros contenidos, tal y como Nathan ha hecho en otras ocasiones y pretende volver a hacer si es necesario para mejorar el producto.

A estos efectos, una escena muy significativa es la de Ava abriendo el armario, esta vez no para buscar un vestido como antes, sino para buscar un brazo de aspecto humano y con él sustituir el suyo roto, o para cubrirse por entero con una piel de aspecto igualmente humano. Ese brazo, esa piel, no son suyos y por la misma razón tampoco son suyos el brazo y la piel originales, puesto que pueden ser sustituidos sin menoscabo alguno. En Ava, la línea divisoria entre lo propio y lo extraño no está entre su cuerpo y la ropa que lo cubre, sino entre su cerebro y todo lo demás, cuerpo incluido. No su cuerpo por tanto, sino un cuerpo cualquiera, uno fungible.

Por no tener cuerpo, y por muy inteligente que parezca y sea, Ava es una máquina y no un ser humano. No dice esto nada en contra ni a favor suyo, sino que simplemente nos dice algo de cómo somos nosotros, de nuestra naturaleza corporal, una naturaleza que olvidamos cuando contemplamos nuestro propio cuerpo como una rémora (y tanto más cuanto más envejecemos) y cuando nos ilusionamos con la posibilidad de subsistir al margen de él, sea como almas incorpóreas o sea como cerebros trasplantados a otros cuerpos. Y bien podría ser, porque de esto poco se sabe, que nuestra personalidad, lo que somos o creemos ser, venga determinada o de algún modo condicionada por nuestro cuerpo; y que, como sostenía Spinoza hace ya unos cuantos siglos, si actuamos, si hacemos algo, si nos movemos, sea por causa de nuestros apetitos y deseos (que no son sino apetitos conscientes), cuyo origen y razón de ser ha de ser corporal. Por eso, también es posible que nuestra naturaleza sentimental, el hecho de que tengamos sentimientos hacia los demás (apetitos al fin y al cabo), no pueda explicarse sin tener en cuenta nuestra dimensión corporal. Y eso explicaría también por qué Ava carece de ellos, a salvo de su curiosidad por el mundo exterior y su afán de supervivencia. Es más, cabe preguntarse si un ser como Ava no es de imposible concepción, en el sentido de que sea imposible concebir un ser dotado de voluntad y privado de cuerpo al mismo tiempo.

Así, cuando actuamos como si nuestro cuerpo fuera subsidiario de nuestra mente, o como si nuestro cuerpo no formase parte esencial de nosotros mismos, actuamos de manera contraria a lo que conviene a nuestra naturaleza. Se me ocurre que es el caso de los que proponen un mercado más o menos libre de los biomateriales humanos, sobre la base de que somos propietarios de nuestros cuerpos y de sus partes separadas (tejidos, órganos, piel, gametos) y de que, por tanto, podemos comerciar con todo eso. Yo diría más bien que no es sólo nuestro cerebro el que funciona (todavía) misteriosamente, sino también el resto de nuestro cuerpo, el cual debemos comprender como una unidad que no ha de fracturarse. No sabemos a ciencia cierta cuál es el origen de nuestros sentimientos ni de nuestras acciones. Todo eso sigue siendo misterioso y, por esa razón, debe mantenerse en el ámbito de lo sagrado, entendido aquí como aquello que ha de respetarse por encima de todo y, por eso, sustraerse del tráfico de los hombres.

Acabaré retomando algo a lo que ya hice referencia antes cuando comparé Ex machina con Blade Runner. La segunda es una película mucho más sentimental que la primera: son más sentimentales sus protagonistas humanos y lo son también los replicantes construidos por la Tyrell Corporation. El ánimo creador del Dr. Tyrell es mucho más enérgico que el de Nathan, y su pasión por el ajedrez no puede compararse con la de Nathan por la música dance. Caleb también sale perdiendo en la comparación sentimental con Rick Deckard (de acuerdo: también en todas las demás), y ni siquiera la desesperación que muestra Caleb al hurgar profundamente con un cuchillo en su brazo para demostrarse que es humano está a la altura de los sentimientos más contenidos pero más sutiles de Deckard. El propio amor, o lo que sea, de Caleb por Ava es un pálido reflejo del de Deckard por Rachel. Sobre todo, lo que no resiste comparación es la mucha capacidad sentimental de los replicantes con la escasa o nula de Ava o de Kyoko. Por eso, Blade Runner tiene una fuerza narrativa muy superior a la de Ex machina, y por eso es mucho mejor película. Aunque, a saber, quizá la intención de Alex Garland (que desde luego no es un mal guionista), al recurrir a toda esa frialdad con la que inunda su película, ha sido la de mostrarnos precisamente eso: que lo sentimental es un elemento constitutivo de lo humano, que lo corporal también lo es, y que nuestro mundo corre el riesgo de la deshumanización, obsesionados como estamos con un progreso meramente técnico guiado por una razón estratégica que ha olvidado los intereses a los que debe servir. Si así fuera, el mundo de Ex machina sería una distopía, una utopía negativa de la que quizá no estamos muy lejos, y esa frialdad una advertencia crítica y críptica de lo que nos espera y de lo que ya no sabemos si estamos a tiempo de evitar. 

martes, 23 de abril de 2024

El Día del Libro: Celebrando la Literatura y la Cultura

El Día del Libro, también conocido como el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, se celebra cada 23 de abril en todo el mundo. Esta fecha conmemora la importancia de los libros, la lectura y la difusión del conocimiento. A continuación, exploraremos el origen de esta celebración y cómo podemos participar en ella.
Origen y Significado

23 de abril: El Día del Libro se eligió en honor a dos grandes escritores que fallecieron en esta fecha: Miguel de Cervantes (autor de “Don Quijote de la Mancha”) y William Shakespeare (autor de obras como “Romeo y Julieta” y “Hamlet”). Ambos dejaron un legado literario invaluable y su influencia perdura hasta hoy.

Sant Jordi: En Cataluña (España), el 23 de abril también es el Día de Sant Jordi. En esta fecha, es costumbre regalar rosas y libros. Las calles se llenan de puestos de flores y librerías, creando un ambiente festivo y cultural.

Recomendaciones del libros 
“El arco iris de la gravedad” de Thomas Pynchon: Esta obra narra la historia de un militar sometido a experimentos pavlovianos por un científico alemán que trabaja para los nazis. El protagonista sufre una erección cada vez que cae una bomba alemana V-2.







“La posibilidad de una isla” de Michel Houellebecq: En esta novela, el protagonista Daniel se ve inmerso en una secta que asegura que el ser humano alcanzará la inmortalidad. La trama aborda temas filosóficos, sociales, políticos y científicos.








“1Q84” de Haruki Murakami: Esta novela presenta dos historias paralelas, una sobre una gimnasta asesina y otra sobre un profesor que desea ser escritor. A lo largo de la trama, se exploran tintes de ciencia ficción y se menciona el libro “1984” de George Orwell.







“Oveja mansa” de Connie Willis: La protagonista, Sandra Foster, es una socióloga que estudia las modas y se encuentra con un investigador especialista en la teoría del caos. La novela combina elementos científicos con un toque de humor y misterio.







“Parque Jurásico” de Michael Crichton: Aunque más una novela de aventuras con tintes de terror, contiene disquisiciones sobre ingeniería genética y paleontología. La trama gira en torno a la creación de un parque temático con dinosaurios clonados.

miércoles, 17 de abril de 2024

Nueva teoría sobre el origen de la vida en la Tierra

En un experimento pionero realizado a principios de la década de 1950, un científico intentó recrear las condiciones de la Tierra primitiva en un tubo de ensayo.

Stanley Miller introdujo en matraces interconectados unos cuantos ingredientes simples que se creía que se arremolinaban en la atmósfera y los océanos del joven planeta, les aplicó calor y los electrocutó para simular un relámpago. Los resultados no tardaron en hacerse famosos: De esta sopa primigenia surgieron los aminoácidos, los componentes químicos de la vida.

El descubrimiento inició una búsqueda dentro de la química y la biología para idear experimentos que pudieran ayudar a responder una de las mayores preguntas científicas a las que se enfrenta la humanidad: ¿Cómo empezó la vida en la Tierra?

Ahora, científicos de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich han dado un emocionante paso adelante al demostrar cómo podrían haberse sintetizado moléculas más complejas, cruciales para la vida, a partir de los ingredientes básicos de la Tierra primitiva.

En su estudio, publicado en la revista Nature, los científicos cambiaron los tubos de ensayo por diminutas redes de grietas ramificadas que se asemejan a las que se forman de forma natural en las rocas. Hicieron fluir agua a través de las grietas, junto con componentes químicos clave, y luego aplicaron calor, imitando un proceso similar al que podría ocurrir cerca de los respiraderos hidrotermales en el océano o en rocas porosas cerca de una piscina geotérmica.

Descubrieron que el calor que fluye a través de estas redes geológicas clasifica y filtra las moléculas, ayudándolas a crear cadenas más largas llamadas biopolímeros que son esenciales para la vida. “Es una demostración fantástica de que procesos físicos sencillos pueden funcionar para hacer estas cosas”, afirmó Matthew Pasek, profesor de Geociencias de la Universidad del Sur de Florida que no participó en la investigación.

La cuestión de cómo surgió la vida es tan amplia que trasciende las fronteras tradicionales que dividen la ciencia en distintas disciplinas. Químicos, biólogos, astrofísicos y geólogos tienen todos un sitio en la mesa cuando se trata de responder a la pregunta.

Unir esas fronteras es lo que interesaba a Christof Mast, biofísico de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich, cuyo laboratorio diseñó un montaje experimental que se aproximara algo más a las condiciones en las que tuvo lugar la “química prebiótica” que dio origen a la vida.

Durante décadas, los científicos se han enfrentado al problema de que la Tierra primitiva no era un laboratorio prístino, con vasos de precipitados, pasos de purificación impecablemente cronometrados y reservas concentradas de ingredientes. Una cosa es recrear la química de la vida en un laboratorio, pero los experimentos que se pueden hacer en un matraz pueden ser improbables, en el mejor de los casos, en las desordenadas condiciones del mundo real.

“Se puede pensar en la Tierra prebiótica, esta sopa prebiótica, que está muy diluida, y todas estas cosas diferentes reaccionan de una manera muy incontrolada”, dijo Mast.

Uno de los problemas hasta la fecha es que las reacciones químicas en el laboratorio suelen dar lugar a productos secundarios que pueden iniciar sus propias reacciones no deseadas, lo que deja a los científicos sólo con cantidades minúsculas del material clave. Entonces, ¿cómo pudo la Tierra primitiva fabricar suficientes componentes básicos para que la vida acabara existiendo?

Para intentar averiguarlo, los investigadores cortaron redes ramificadas de grietas interconectadas en una diminuta pieza de una sustancia inerte similar al teflón llamada FEP y la colocaron entre dos placas de zafiro.

Los zafiros se llevaron a temperaturas precisas pero diferentes para crear un flujo de calor a través de la red geológica entre ellos, imitando la forma en que probablemente fluía el calor en la Tierra primitiva, tal vez cerca de volcanes o fuentes hidrotermales. A continuación, hicieron fluir agua y componentes químicos básicos a través de la red de grietas y observaron lo que ocurría.

En un experimento de prueba de concepto, utilizaron glicina, el aminoácido más simple, junto con una sustancia llamada TMP que puede reaccionar para unir dos moléculas de glicina. Estas reacciones son difíciles en el agua, explica Mast, y la TMP era muy rara en la Tierra primitiva. Según los investigadores, cuando mezclaban estos ingredientes en un vaso de precipitados o en grietas geológicas sin calor, la cantidad de biopolímero más complejo que creaban era “insignificante”.

Pero cuando aplicaron un gradiente de calor a las grietas, aumentó masivamente la producción del biopolímero. Esto es significativo porque, aunque los aminoácidos son importantes, aún están lejos de la vida. Esos mismos componentes básicos se han encontrado en meteoritos sin vida, por ejemplo. “Para pasar al siguiente nivel, hay que empezar a fabricar polímeros: es un paso fundamental para crear el siguiente reino de la vida”, afirma Pasek.

La instalación no puede pronunciarse sobre la cuestión última de cómo empezó la vida: ¿Fue en un estanque, como podría haber existido en la superficie de la Tierra, o cerca de una chimenea hidrotermal como las que se encuentran en las profundidades del océano? Según Mast, los flujos de calor a través de las rocas pueden producirse en multitud de entornos geológicos y probablemente fueron “omnipresentes” en la Tierra primitiva.

Pero el montaje experimental puede utilizarse para comprobar otros aspectos de la química primitiva del planeta. Mast espera crear a continuación una red de grietas a partir de materiales geológicos y construir redes mayores de cámaras conectadas. El estudio es otro recordatorio de que los experimentos químicos elegantes pueden ignorar una parte fundamental de la sopa primigenia: la olla.

En 2021, un equipo de científicos descubrió que en el famoso experimento de los años 50, el propio tubo de ensayo -o más bien, el vidrio de borosilicato del que estaba hecho-desempeñaba un papel en los resultados.

Cuando esos científicos repitieron el experimento en un matraz de vidrio, en uno de teflón y luego en uno de teflón con un poco de vidrio de borosilicato, descubrieron que el vidrio era un ingrediente fundamental para catalizar las reacciones.

“En otras palabras, para cocinar la ‘sopa primordial’, la cazuela es importante”, escribió en un correo electrónico Juan Manuel García-Ruiz, profesor de investigación del Centro Internacional de Física de Donostia, España que participó en el experimento. Elogió el nuevo trabajo por su enfoque imaginativo y, quizá lo más importante, por ser “geológicamente plausible”.

“Puede que no sea el único mecanismo, pero funciona y es ingenioso y, sobre todo, es una demostración experimental”, dijo García-Ruiz. “Creo que necesitamos más enfoques experimentales para explorar el contexto geoquímico del planeta cuando nació la vida”.

miércoles, 3 de abril de 2024

El olfato, ¿por qué es fundamental para la sobrevivencia?

El olfato, un sentido olvidado y poco estudiado, es un mecanismo de defensa para la sobrevivencia del ser humano, fundamental en la reproducción sexual y potente predictor —cuando se va perdiendo la capacidad de oler— de algunas patologías.

La doctora Alicia Castillo, profesora de neuroanatomía funcional de la Facultad de Medicina de la UNAM, apunta sobre el sentido de los olores:

El olfato es tan importante como los otros sentidos, sólo que durante la evolución “nosotros despegamos la nariz del piso”.

A los mamíferos de cuatro patas, la nariz les sirve para encontrar comida y evitar comer algo venenoso, en proceso de descomposición o tóxico, así como para encontrar pareja y reconocer a la cría.

En los humanos se modificó la relevancia del olfato “porque nos pusimos de pie”. Erguidos, estamos lejos de lo que podemos oler. Predominan el oído y la vista porque el mundo y la vida están llenas de sonidos, así como de formas y colores.
Olfato y subsistencia

Neurológicamente, el olfato está conectado al sistema autónomo del cerebro. Por eso, cuando olemos algo desagradable reaccionamos, es decir, se activa “el reflejo de la arqueada”.

También tiene conexión con el sistema límbico, por lo que los humanos podemos separar el acto sexual per se de lo sensual. Ambos tienen que ver con el olfato y la vista.

La o lo veo y digo: está más o menos. Sin embargo, si me agrada su olor, entonces, las posibilidades de que haya una compatibilidad tanto sexual como sensual a largo plazo son muchas.

El olfato es un mecanismo “muy ancestral” que facilita encontrar pareja. En un experimento en el que se pidió a mujeres que olieran camisetas sudadas de algunos hombres, se encontró cuáles aromas les gustaban y atraían y cuáles no.

Otros estudios, a los que ya no se les dio continuidad, mostraron que hay cierta complementariedad entre olfato y sistema inmune. Es muy probable que, si me gusta el olor de alguien, nuestros sistemas inmunes sean complementarios. El ser humano producto de esa relación de pareja tendrá un sistema inmune más fuerte, lo cual es fundamental para la subsistencia de la especie.

Olfato entrenado
Hay olores que de manera innata o natural nos agradan y otros que nos desagradan, como los pútridos. Aunque también hay olores aprendidos.

Así como se educa el oído para la música, también al gusto y al olfato para la cata de agua, café, vino u otro alimento. En particular, el olfato se entrena para distinguir las notas de las fragancias y los perfumes.

La música y las fragancias tienen notas. En una son Do, Re, Mi, Fa, Sol, La y Si. En las otras hay notas florales, dulces, quemadas, a madera, cítricas, etcétera, que siempre son referencias de otro sentido. O veo flores o me saben a algún cítrico. Quizá la única exclusiva del olfato es la nota alcanforada.

El olfato también es un sentido olvidado porque no tiene, como la vista, un vocabulario. No tenemos una palabra o nombre específico para los olores. En cambio, para los colores si: azul, verde, rojo, blanco…

Olfato, un sentido químico

La relación olfato-olores también es cultural. Hay aromas que nos relajan, nos activan, abren el apetito, porque están asociados al gusto. Si se junta “el aroma que me gusta con el hambre” comienzo a salivar. Salivamos porque hay núcleos en el tallo cerebral que conjuntan o integran esa información que viene del olfato y el gusto.

A diferencia de la vista, el oído y el tacto (diseñados para procesar colores y formas, sonidos y texturas), el olfato y el gusto son sentidos químicos. El olfato (la nariz sirve para respirar y oler) tiene receptores que detectan moléculas aromáticas muy volátiles flotando en el ambiente.

Toda esa información llega al sistema límbico y activa la parte del gusto, la parte sexual y la memoria. Todos tenemos recuerdos asociados a olores específicos. La cercanía del sistema olfativo con el hipocampo y la amígdala facilita que se impregne la memoria. “Es como si conversaran muy de cerca”.
Olfato y enfermedades

Perder el olfato aparentemente no es grave. Sin embargo, para quien padece de gripe o COVID-19 no es nada agradable comer: no le sabe la comida porque más del 80% del sabor está asociado con el olfato y le queda “muy poquito del gusto”. Sin olfato no se puede tener “toda la experiencia de comer con los sabores”.

Una buena noticia es la neurogénesis que ocurre en los bulbos olfatorios del cerebro. Sus neuronas se regeneran todo el tiempo. Por eso el olfato podría usarse como “un potente predictor” de padecimientos neurodegenerativos como las enfermedades de Alzheimer y de Parkinson. Antes de presentarse la pérdida de memoria o la desregulación de los movimientos, lo primero que se pierde es el olfato porque ya no se regeneran las neuronas de los bulbos olfatorios

Aún no es posible curar las enfermedades neurodegenerativas, sin embargo, si se descubre de manera temprana la pérdida del olfato podría ser un indicio de que en unos cinco años se podría manifestar Alzheimer o Parkinson.

Cuidados para el olfato
¿Cómo puedo cuidar mi olfato? Si bien “se cuida solo”, la doctora Castillo propone:No exponerse a olores intensos, por ejemplo, a solventes muy potentes. Quien está expuesto debe usar equipo de protección como mascarillas. “Oler tantito para el cerebro no es poquito”. Aunque se van a morir y a regenerar neuronitas del sistema olfatorio, hay que cuidarlas.
No exponerse a cambios de temperatura o a situaciones que pudieran desencadenar un proceso de infección de las vías respiratorias. La gripe, COVID-119 y otras enfermedades similares afectan los bulbos olfatorios. Con un catarro, nuestra mucosa y nuestros receptores del olfato sufren.
Evitar las drogas, particularmente las que se consumen por inhalación.
Cuidar la alimentación para tener un sistema inmune con “todo en su lugar”.
Quienes se acercan a los 60 años de edad y notan pérdida del olfato, deben acudir al médico para descartar o confirmar la posibilidad de padecer alguna patología y tomar las acciones médicas correspondientes.